En Oriente se encuentran testimonios de esta fiesta del 25 de marzo ya a mediados del siglo VI. En Roma se celebra a partir del siglo VII. Al ser una fiesta ligada al Señor Jesús y a su entrada en la historia, el nuevo orden litúrgico prefirió nombrarla con el título de “Anunciación del Señor” -en lugar del más popular “Anunciación de María”-. La solemnidad de la Anunciación del Señor es una fiesta navideña, aunque esté fuera del tiempo de Navidad: nueve meses antes de su nacimiento, tiene lugar la encarnación de Jesús en el seno de la Virgen María.
Del Evangelio según San Lucas
En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!».
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Angel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».
María dijo al Angel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no conozco varón?».
El Angel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios».
María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho». Y el Angel se alejó. (Lc 1,26-38)
Una nueva historia
La Anunciación es la fiesta del Señor que se encarnó en el seno de María, iniciando una nueva historia. Es interesante observar que Dios no envía al ángel a Jerusalén, al templo, sino a Galilea, una región despreciada como refugio de paganos incrédulos. A Nazaret, una ciudad que no menciona el Antiguo Testamento.
El valor de María
Ante el anuncio, María reflexiona, entra en diálogo consigo misma y con el ángel, y pregunta por el sentido de sus palabras y la forma en que se realizarán. María no se deja llevar por las emociones. Aparece como una mujer valiente que ante lo inaudito mantiene el autocontrol. Y, a la luz de Dios, evalúa y decide.
La acción del Espíritu Santo
Es el Espíritu quien reviste la vida de María, haciéndola apta para su misión. Lo hará aquí y lo hará en el Cenáculo: María, mujer revestida del Espíritu, gracias a la cual y en la cual todo se hace posible.
El “hágase” de María
El “Fiat” de María transforma su humilde casa en la Casa de Dios, y a ella misma en el Tabernáculo del Santísimo Jesús. Bastó un “Aquí estoy”, una señal de disponibilidad, sabiendo confiar en la acción del Espíritu Santo. Y Dios entró en la historia aceptando hacerse historia en la vida de los que dijeron y seguirán diciendo “aquí estoy”.
Coordenadas de María
La primera coordenada de María es creer: confiar y encomendarse a Dios, segura de que en Él nada es imposible. Dios no teme el tiempo del desconcierto, de la reflexión, de la comprensión: Dios no obliga a la libertad, sino que educa a la libertad, para que cada uno pueda decir su “Aquí estoy”.
La segunda coordenada es aceptar entrar en el tiempo de Dios, en sus ritmos; un “tiempo”, que no es simplemente el paso de las horas, sino que es el tiempo oportuno, el tiempo pleno, el tiempo de la oportunidad, el tiempo de la gracia.
Oración
Hoy se revela el misterio que es desde toda la eternidad:
el Hijo de Dios se convierte en Hijo del Hombre;
participando en lo que es más bajo,
nos hace partícipes de las cosas superiores.
Adán fue engañado al principio:
intentó convertirse en Dios, pero fracasó.
Ahora Dios se hace hombre,
para deificar a Adán.
Que la creación se regocije y la naturaleza exulte:
el arcángel se queda admirado ante la Virgen,
y con su saludo, “Alégrate”, trae el alegre anuncio
el alegre anuncio de que nuestro dolor ha terminado.
Oh Dios, que te hiciste hombre por tu compasión misericordiosa,
¡gloria sea para ti!